viernes, 7 de enero de 2011

Siempre Igual

Joe Wilks se levanta todos los días a la misma hora en la misma cama, con la misma vecina  que pone la radio a todo trapo. Es un tipo chapado a la antigua, el clásico americano de clase media con un trabajo mediocre y que sigue la misma rutina día tras día. En pie a las siete y media de la mañana, toma una ducha, prepara el desayuno, que suele ser café con tostadas. ¿Suele ser? Todos los días, semana tras semana desayuna lo mismo, el mero acto de preparar café y untar tostadas es un reflejo de su vida. Después se viste, siempre el mismo traje color gris, al igual que la corbata. Sale de casa, va hacia el lugar donde aparcó el coche la noche anterior y va hacia el trabajo.

Joe trabaja en el centro económico de la ciudad, Wall Street. En uno de los múltiples rascacielos se encuentra alojada su empresa, Seveiht, una de las mayores empresas de software del planeta. Concretamente, pasa sus días en el departamento de atención al cliente, así que le toca lidiar con la incompetencia superlativa del usuario medio a diario, con el estrés que eso conlleva.

El cielo anunciaba un día de perros, un manto de nubes grises tapaba el sol y daba un aire melancólico a la gran ciudad, donde, como era usual Joe estaba metido en el atasco de las 8:45. Como todos los días, aprisionado entre varios coches, escuchaba la radio.

-Boletín informativo. Varios terroristas suicidas se han inmolado en Diwaniya, Irak. La cantidad de muertos asciende a doscientos... -Joe apagó la radio con brusquedad-.

-Con lo fácil que seria bombardearlos a todos...

Después de diez minutos mas de atasco por fin logró llegar al parking de su empresa y subir hacia la planta cincuenta, donde el trabajaba.

-Señor Wilks, otra vez tarde -le espetó el jefe de sección Wagner-.
-Lo siento señor Wagner, es que había un atasco enorme y...
-¡Silencio! -interrumpió Wagner- me estoy hartando de usted señor Wilks, ¡póngase a trabajar antes de que le envíe a la cola del paro!
-Déspota cabrón, algún día... -murmuro Joe entre dientes mientras se alejaba hacia su cubículo y se ponía a trabajar-.

Llegó a su despacho, si se le podía llamar así a tres paredes de plástico que aislaban a uno de los compañeros para evitar distracciones, y se sentó. Enchufó la centralita y comenzó a atender llamadas de los usuarios de los programas de Seveiht, o como a Joe le gustaba llamarlos, los borregos.

Después de dos horas y unas cuantas llamadas desesperantes llegó la hora del almuerzo. Joe se dirigió a la máquina de café, donde ya estaba Jamie Johnston, compañero del departamento de atención al cliente.

-Buenos días Joe, ¿como va el día?
-Los he tenido mejores -espetó Joe con desdén-.
-Pues yo anoche estuve con mi mujer en el partido de los Knicks, ¿viste el partido Joe?
-Bah, volverían a perder seguro -Joe odiaba a los Knicks, aunque era seguidor desde que nació-.
-Si... pero el caso es que estaba yo con mi mujer en el campo cuando se nos sentó al lado nada mas y nada menos que Santiago Segura... - en ese momento Joe desconectó de la conversación. Odiaba a Jamie, a él y a su vida emocionante, en la que aparecían famosos y gente variopinta-.
-...y dijo que no le gustaba. Joe, ¿me estás escuchando?
-Tengo que irme -dijo secamente y volvió hacia su cubículo-.

Estaba harto, la conversación con Johnston había sido la gota que colmaba el vaso, así que recogió sus cosas y se fue a su casa, fingiendo una enfermedad e intentando evitar a Wagner. Mientras hacía el camino de vuelta a casa recordó que se había quedado sin whisky y sabía que lo iba a necesitar. Paró el coche y entro en una tienda a comprar una botella de DYC. Al meterse en el coche de nuevo, no hubo manera de arrancarlo.

-Dios, ¡¿es que todo me tiene que pasar a mí?!

Tuvo que volver a casa andando, y para acortar tiempo decidió ir por los callejones, bueno, para ahorrar tiempo y para intentar encontrar un camello que le vendiera un poco de harina. No solía hacerse rayas, pero los acontecimientos de aquel día le sobrepasaban. Casi al llegar a su casa, encontró al camello que al que le compraba de vez en cuando.

-Bueno, bueno, el señor de negocios vuelve a por su dosis -dijo el camello, con la capucha echada sobra la cabeza y una braga para tapar el resto de la cara-.
-Calla y dame un gramo -dijo Joe de manera tajante-.
-¿El señorito está enfadado? -contestó el camello desafiante- bueno toma, son setenta dólares.
-Joder... -Joe le dio el dinero y se marchó hacia su casa-.
-Y que lo disfrutes con salud -espetó el camello y soltó una carcajada-.

Aquella noche pasó volando, entre rayas y lingotazos de whisky. Cuando se colocaba, las cosas le parecían mejores, bueno, mejores no, menos malas. Pasaba noches de este estilo de vez en cuando, pero nunca entre semana, cuando al día siguiente tenía que trabajar. Finalmente se quedó dormido sobre la mesa de la sala de estar.

Al día siguiente se levanto con resaca, la boca pastosa y la cabeza palpitante. Decidió que no podía soportar más la vida que llevaba y que hoy acababan todos sus problemas, se vistió con el traje gris de siempre, y salió de casa solo con un pequeño maletín. Fue andando hasta la oficina, lo que le sirvió para acabar de convencerse de lo que iba a hacer y de paso despejarse un poco. Llegó a las diez en punto, así que ya sabía que se iba a llevar una bronca de Wagner, pero le consoló recordar que hoy sería la última.

-Wilks, otro día tarde, a la próxima a la puta calle -dijo todo esto sin gritar, lo que inquietó un poco a Joe-.
-No habrá una próxima señor Wagner -contestó mientras se alejaba con una sonrisa en la cara-.
-Eso espero, recuerde que tiene una reunión -dijo in crescendo, ya que Joe se alejaba a grandes pasos-.

En la reunión acabaría con todo, tenía que presentar unos datos sobre el departamento de Atención al Cliente junto a Jamie Johnston. Esa reunión seria el fin de la vida monótona, de las miradas de superioridad, de los borregos que llamaban cada dos por tres para preguntar tonterías... llegó al cubículo de Johnston y se fueron hacía la sala de juntas.

Al llegar estaban los jefes de sección, incluido Wagner, y el jefe de la sucursal de la empresa alrededor de una gran mesa, en vez de empezar con la presentación como todos esperaban, tomó aire y comenzó a hablar.

-Se suponía que hoy teníamos que hacer una presentación sobre el departamento de inútiles en el que trabajamos este idiota y yo -dijo Joe, para sorpresa de los presentes-, pero ayer, mientras esnifaba mi tercera raya de coca, me di cuenta de una cosa -Joe hizo una pausa y contemplo las caras de los jefes y de Johnston-. Me di cuenta de que no soporto a nadie de los que trabajan aquí, odio a Johnston, a Wagner, sobretodo a Wagner e incluso odio a las limpiadoras, y eso que con ellas no cruzo ni una palabra -hizo otra pausa, en la que comprobó, con satisfacción, las crecientes muecas de ira en las caras de los que le escuchaban-. Y mas tarde, al acabar la botella de bourbon llegué a una conclusión: este trabajo me esta matando. Entonces preparé mi plan, que consiste en pagarles con la misma moneda. Al igual que ustedes me han ido matando poco a poco todos los días desde que trabajo aquí, en mi ultimo día se la voy a devolver.

En ese momento abrió el maletín y de el sacó un revolver con el que disparo a bocajarro a Jamie Johnston y continuo con los jefes de sección, disparándoles uno a uno sendos tiros en la cabeza, pero se dejó para el final a Wagner, a quien mas ganas tenía. Joe se lanzó le lanzó encima y le derribó, golpeó repetidamente con la culata el rostro de Wagner hasta transformarlo en una masa deforme y luego le disparó dos tiros en la garganta, para que sufriera, como el había sufrido en la mierda de vida que le habían hecho vivir.

Para cuando llegaron los demás trabajadores a la sala de juntas, Joe ya no estaba allí, pues al acabar con Wagner abrió la ventana y se lanzó desde el piso cincuenta en el que ya no volvería a trabajar.


Bueno, esta ha sido mi primera entrada del blog, me ha quedado un poco larga, pero bueno, a ver si no me decae el ánimo y sigo escribiendo